Ella rezaba cada noche para que él dejara de suspender su corazón en el aire amenazando con abrir la mano cuando se quedara dormida.
Y donde ella escribió felicidad él sólo supo leer facilidad, por eso no le importó escuchar el estruendo de los cristales rotos.
Otra vez.
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Otra vez tienes que barrer para no clavarte cuando andes descalza las aristas de tu propio corazón.
Tremendamente bello. Tremendamente triste…